EL BÁCULO DEL OBISPO: Entrando con esperanza al nuevo año litúrgico
By Bishop James R. Golka
Amedida que nos acercamos al final de noviembre, nos acercamos al final de nuestro año litúrgico y nos preparamos para comenzar un nuevo año en Cristo con el tiempo de Adviento.
Terminamos el año litúrgico con la gran solemnidad de nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, que revela mucho sobre nuestro tiempo y la misión que Jesús nuestro Rey nos confía.
La solemnidad de Cristo Rey es una solemnidad muy reciente de la Iglesia, ya que fue promulgada por el Papa Pío XI en el Año Jubilar de 1925 en su encíclica Quas primas. El Papa Pío XI, leyendo los signos de los tiempos, vio cómo la cultura de la época se estaba volviendo cada vez más secular, y que los gobiernos e instituciones del mundo seguían apartando a Jesucristo y su verdad. Por lo tanto, era una tarea urgente de todos en la Iglesia restaurar la Realeza de Jesucristo en la sociedad y en el mundo. Recordó a la Iglesia que nuestra esperanza de salvación y la verdadera realización de la vida humana en una sociedad justa y ordenada no se encuentran en última instancia en los gobiernos, las ideologías políticas o por nuestra propia iniciativa, sino sólo a través del reinado de Cristo Rey y la construcción de su Reino en la tierra. Esta misión urgente de llevar el reino de Dios a la sociedad es responsabilidad de todo cristiano. El Papa Pío XI afirma:
“Nos anima, sin embargo, la dulce esperanza de que la fiesta anual de Cristo Rey, que se celebrará en seguida, impulse felizmente a la sociedad a volverse a nuestro amadísimo Salvador. Preparar y acelerar esta vuelta con la acción y con la obra sería ciertamente deber de los católicos; pero muchos de ellos parece que no tienen en la llamada convivencia social ni el puesto ni la autoridad que es indigno les falten a los que llevan delante de sí la antorcha de la verdad. Estas desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza que los adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los fieles todos comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a llevar a Dios de nuevo los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por mantener incólumes los derechos del Señor” (“Quas primas,” 25).
Un siglo después, mientras nos preparamos para celebrar el Año Jubilar de la Esperanza, esta misión sigue siendo urgente. Para los católicos, no es momento de desanimarse, ser tímidos o tener miedo, sino de avanzar con esperanza. La Iglesia en la tierra está llamada a ser la Iglesia militante. Esto no quiere decir que el Pueblo de Dios esté llamado a las armas para incitar a una revolución política o social violenta, sino a comprometerse en una batalla espiritual en la que está en juego nuestra alma y el alma de nuestra sociedad y de nuestro país. Estamos comprometidos en una batalla espiritual real y, a veces, violenta, en la que no luchamos “contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio” (Efesios 6, 12).
La solemnidad de Cristo Rey no sólo arroja luz sobre la realidad de esta batalla espiritual en la que estamos comprometidos diariamente, sino que también revela cómo hemos de comprometernos en esta batalla. En primer lugar, necesitamos tener una fe y esperanza firmes en la verdad de que Cristo es el Rey del Universo que ya reina victorioso sobre el pecado y la muerte. En segundo lugar, debemos tener la convicción de que, por nuestro bautismo, llegamos a participar de esta misma realeza de Cristo y que Él nos llama a reinar con Él en este mundo y en el venidero. Esta participación en la misión real de Jesucristo está en el corazón de nuestra misión como Iglesia militante. Nuestra batalla es la batalla de la conversión, esforzarnos cada día por reinar con Cristo sobre el pecado en nuestra propia vida, para poder participar de su vida y de su gloria. Sólo mediante la conversión de los corazones nuestra cultura y nuestra sociedad volverán a Cristo y le permitirán de nuevo reinar en la verdad y el amor. Esta participación en la misión real de Cristo es también una misión de servicio, porque “el Hijo del hombre . . . no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mateo 20, 28). Conquistamos el mundo a través del servicio cristiano, llevando el amor misericordioso de Dios al mundo a través de las obras de misericordia espirituales y corporales. San Juan Pablo II nos recuerda que esta participación en la realeza de Cristo es la llamada y la misión de cada miembro de la Iglesia: “Por su pertenencia a Cristo, Señor y Rey del universo, los fieles laicos participan en su oficio real y son llamados por Él para servir al Reino de Dios y difundirlo en la historia. Viven la realeza cristiana, antes que nada, mediante la lucha espiritual para vencer en sí mismos el reino del pecado (cf. Rm 6, 12); y después en la propia entrega para servir, en la justicia y en la caridad, al mismo Jesús presente en todos sus hermanos, especialmente en los más pequeños (cf. Mt 25, 40)” (“Christifideles laici,” 14).
La solemnidad de Cristo Rey nos llena de esperanza, una esperanza fundada en la verdad de que Cristo reina victorioso sobre todas las cosas y que nos ha confiado su propia misión de llevar esperanza y misericordia al mundo. El Año Jubilar de la Esperanza, convocado por el Papa Francisco, comienza el 29 de diciembre y ese día inauguraré el Año Jubilar con una Misa especial en la Catedral de Santa María. También me complace anunciar que promulgaré mi primera Carta Pastoral a todos los fieles de la Diócesis de Colorado Springs el 12 de diciembre, día de Nuestra Señora de Guadalupe, que es la patrona de nuestra Diócesis. Esta carta titulada Cristo, nuestra esperanza, describirá cómo todos estamos llamados a encontrarnos más profundamente con Cristo, quien es nuestra esperanza para que podamos convertirnos en sus testigos de esperanza y llevar el reino de Cristo, nuestro Rey, a nuestro mundo de hoy. Como su pastor, espero celebrar este Año Jubilar con ustedes y anhelo lo que el Señor logrará a través de todos ustedes este próximo año y más allá.
(Traducido por Luis Baudry-Simón.)
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