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EL BÁCULO DEL OBISPO: Unidad de Vida en el Año de la Esperanza
By Bishop James R. Golka
Al comenzar el mes de julio, estamos a la mitad del Año Jubilar de la Esperanza. Me ha animado mucho ver muchos signos de renovación y esperanza en toda la Diócesis y el Año Jubilar ya ha sido un gran momento de gracia para nuestra Iglesia local.
Al adentrarnos en la segunda mitad del Año de la Esperanza, me gustaría reflexionar sobre cómo cada uno de nosotros está llamado a ser testigos de esperanza en la Iglesia y en el mundo.
En mi carta pastoral, Cristo Nuestra Esperanza, declaré que el llamado al discipulado misionero es la prioridad pastoral general en la Diócesis de Colorado Springs. El corazón de ser un discípulo misionero es que estamos llamados a vivir y ser testigos de lo que creemos en nuestra vida diaria. En otras palabras, no es suficiente solo creer en Jesús y en todo lo que la Iglesia enseña (ortodoxia), sino también poner nuestra fe en acción a través de nuestras vidas (ortopraxis). San Juan Pablo II insiste en ello cuando dice: “Es inútil insistir en la ortopraxis en detrimento de la ortodoxia: el cristianismo es inseparablemente la una y la otra. Unas convicciones firmes y reflexivas llevan a una acción valiente y segura” (Catechesi tradendae, 22). San Juan Pablo II nos advierte que debemos resistir una de las grandes tentaciones de nuestra época, que es separar la fe que profesamos de nuestra vida diaria. El Concilio Vaticano II llama con razón a esta tentación a la que sucumben demasiados “debe ser considerad[a] como uno de los más graves errores de nuestra época” (Gaudium et spes, 43). Necesitamos recordar que en este tiempo de la Nueva Evangelización, cómo vivimos nuestras vidas y cómo tratamos a las personas es tan importante como ser fieles a todo lo que la Iglesia enseña y cree, y es nuestra convicción de fe lo que inspira cómo vivimos. Con esto en mente, me gustaría reflexionar sobre algunas formas importantes en que estamos llamados a vivir nuestra fe hoy como testigos de esperanza.
Promoción de la unidad
Con la elección del Papa León XIV, uno de los temas principales que ya está surgiendo en su pontificado es el tema de la unidad. Todos somos muy conscientes de que hay mucha desunión y lucha tanto en la Iglesia como en el mundo. De hecho, el Papa nos ha recordado que uno de sus títulos, el de Pontífice, significa “constructor de puentes” en el sentido de que una de las principales funciones del Papa es preservar y construir la unidad de la Iglesia. Si bien el Papa es el Sumo Pontífice de la Iglesia, todos estamos llamados como católicos a ser constructores de puentes y a hacer todo lo posible en la forma en que tratamos a los demás para lograr la curación y la unidad en la Iglesia y en el mundo. El Papa León XIV nos llama a todos a esta importante obra en su homilía inaugural: “En este nuestro tiempo, todavía vemos demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a la diferencia y un paradigma económico que explota los recursos de la Tierra y margina a los más pobres. Por nuestra parte, queremos ser un pequeño fermento de unidad, comunión y fraternidad en el mundo. Queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡Mira a Cristo! ¡Acércate a él! ¡Dale la bienvenida a su palabra que ilumina y consuela! Escucha su oferta de amor y conviértete en su única familia: en el único Cristo, somos uno”.
Reconciliación y perdón
Nuestro trabajo como constructores de puentes está muy estrecha y necesariamente relacionado con otro tema importante: la reconciliación y el perdón. Todos los días nos enfrentamos a la división y la animosidad en nuestra vida cotidiana, ya sea de miembros de la familia, compañeros de trabajo, división en la política e incluso de algunos dentro de la Iglesia. La pregunta es, ¿cómo respondemos? El Catecismo de la Iglesia Católica nos da la respuesta. “Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía ‘enemigos’. El Señor nos pide que amemos como Él hasta a nuestros enemigos, que nos hagamos prójimos del más lejano, que amemos a los niños y a los pobres como a Él mismo” (1825). Solo podemos ser testigos de esperanza y agentes de cambio cuando amamos a los demás como Cristo ama, incluso a aquellos que están en contra de nosotros y que nos han herido u ofendido. El resentimiento y la falta de perdón son una de las principales herramientas del maligno que no solo nos impide amar como Cristo ama, sino que permanece dentro de nosotros como un veneno, alejándonos cada vez más del amor y la misericordia de Cristo. Como nos advierte el Papa Francisco: “Es necesario reconocer en la propia vida que ‘también ese duro juicio que albergo en mi corazón contra mi hermano o mi hermana, esa herida no curada, ese mal no perdonado, ese rencor que sólo me hará daño, es un pedazo de guerra que llevo dentro, es un fuego en el corazón, que hay que apagar para que no se convierta en un incendio’” (Fratelli tutti, 243). Si bien perdonar a los demás puede ser a veces muy difícil, cuando miramos a Cristo y le pedimos que nos ayude a amar y perdonar como él lo hace, ¡nada es imposible para Dios!
Proclamar la verdad con amor
Por último, es muy importante que como testigos de la esperanza en nuestro mundo, siempre debemos proclamar la verdad con amor. El amor separado de la verdad es sentimentalismo vacío, mientras que la verdad separada del amor nunca convertirá los corazones, sino que, como atestigua San Pablo, sólo llegamos a ser “una campana que resuena o un platillo que retiñe” (1 Corintios 13, 1). Las personas humanas han sido creadas para el amor, pero el pecado ha mermado mucho nuestra verdadera comprensión del amor como don de sí mismo y voluntad de bien del otro. El amor verdadero “crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro” (Fratelli tutti, 88). Por tanto, la verdad debe revelarse siempre a través del amor, mediante el testimonio de nuestra fe cristiana y ofreciéndonos como don a los demás.
El Papa León XIV nos recuerda que esto está en el corazón mismo de la misión de la Iglesia. “Por su parte, la Iglesia no puede nunca eximirse de decir la verdad sobre el hombre y sobre el mundo . . . La verdad, sin embargo, no se separa nunca de la caridad, que siempre tiene radicada la preocupación por la vida y el bien de cada hombre y mujer” (Discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático, 16 de mayo de 2025). Este testimonio y anuncio de la verdad con amor se expresa más profundamente en las obras de misericordia corporales y espirituales, donde el encuentro con la verdad y el amor de Cristo a través de nosotros revela la dignidad infinita de todas y cada una de las personas.
Así pues, al comenzar la segunda mitad del Año Jubilar de la Esperanza, que todos volvamos a comprometernos a ser testigos convincentes de la esperanza, no sólo creyendo en Cristo, sino poniendo en práctica nuestra fe católica en nuestra vida cotidiana, especialmente en el modo en que tratamos a los demás.
(Traducido por Luís Baudry-Simón.)
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