El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad (San Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae [RVM] 1).
Octubre es el mes del Santo Rosario, cuya fiesta se celebra el 7 de octubre. En los años inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II, el Rosario, una oración que los católicos guardaron durante siglos, cayó en un desuso generalizado. El encomiable énfasis del Concilio sobre la liturgia como la oración más importante de todos los católicos significó, para muchos, que la Iglesia pedía un énfasis menor en el Rosario. “En realidad, como puntualizó Pablo VI, esta oración no sólo no se opone a la Liturgia, sino que le da soporte, ya que la introduce y la recuerda, ayudando a vivirla con plena participación interior, recogiendo así sus frutos en la vida cotidiana” (RVM, 4).