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EL BÁCULO DEL OBISPO: El Espíritu Santo y la gracia de la confirmación
Linda Oppelt

EL BÁCULO DEL OBISPO: El Espíritu Santo y la gracia de la confirmación

By Bishop James R. Golka

"Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hechos 1, 8).

Estas palabras finales de Jesús antes de ascender al cielo no solo se cumplen cuando el Espíritu Santo descendió sobre la Iglesia en Pentecostés, sino que también se cumplen en cada cristiano bautizado y confirmado que está lleno del poder del Espíritu Santo.  Al celebrar el Domingo de Pentecostés en este Año Jubilar de la Esperanza, la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia y en nuestros corazones nos llena de gran alegría y esperanza. 

El evento de Pentecostés, cincuenta días después de la Resurrección de Jesús, nos llena de gran esperanza porque revela el comienzo de la misión de salvación y evangelización de la Iglesia que solo es posible a través de la presencia y el poder del Espíritu Santo.  Primero vemos cómo los Apóstoles fueron radicalmente transformados por las lenguas de fuego que cayeron sobre ellos, y fueron transformados de hombres paralizados por el miedo a audaces proclamadores del Evangelio. También vemos cómo el Espíritu Santo inaugura la misión de evangelización de la Iglesia no solo inspirando la predicación de los Apóstoles, sino también abriendo las mentes y los corazones de la multitud de personas que están presentes y permitiéndoles escuchar el Evangelio en su propio idioma.  Este milagro de la lengua y del oído revela la misión universal o católica de la Iglesia a todas las naciones del mundo.  El poderoso descenso del Espíritu Santo en Pentecostés es tan sobrecogedor y eficaz, que más de tres mil personas son vencidas por el Evangelio y se bautizan. 

También nos anima la esperanza cuando nos damos cuenta de que el mismo Espíritu Santo que vino sobre la Iglesia en Pentecostés sigue estando poderosamente presente y actuando en la Iglesia de hoy, especialmente en este tiempo de la Nueva Evangelización. Como escribí en mi carta pastoral “Cristo, Nuestra Esperanza,” la Iglesia ha sido preparada por el Espíritu Santo para este tiempo de evangelización del mundo moderno: “Uno de los grandes signos de nuestro tiempo es la presencia y el poder del Espíritu Santo que ha preparado a la Iglesia para estos tiempos.  Muchos consideran que la Iglesia está “atrasada” o que se esfuerza por hacer frente a las crisis pastorales de nuestro tiempo, pero, en realidad, el Espíritu Santo ha preparado y renovado a la Iglesia de forma poderosa y decisiva para hacer frente a los desafíos de nuestros días.  ‘En nuestro tiempo, en la renovada efusión del Espíritu de Pentecostés que tuvo lugar con el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha madurado una conciencia más viva de su naturaleza misionera y ha escuchado de nuevo la voz de su Señor que la envía al mundo como ‘sacramento universal de salvación’” (Citando a San Juan Pablo II, Christifideles Laici, 2). San Juan Pablo II afirmó muchas veces durante su pontificado que éste es un tiempo en el que la gracia de Pentecostés se derrama sobre la Iglesia de un modo nuevo y poderoso para que se renueve en su misión de anunciar el Evangelio al mundo entero. 

El Domingo de Pentecostés también nos recuerda que recibimos la gracia y el poder de Pentecostés de manera personal a través del Sacramento de la Confirmación.  Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: “De la celebración se deduce que el efecto del sacramento de la Confirmación es la efusión especial del Espíritu Santo, como fue concedida en otro tiempo a los Apóstoles el día de Pentecostés”  (1302). Del mismo modo que los Apóstoles fueron transformados radicalmente por el poder y los dones del Espíritu Santo para proclamar audazmente el Evangelio, así también el Espíritu Santo nos transforma radicalmente a cada uno de nosotros mediante la Confirmación para proclamar y testimoniar el Evangelio tanto de palabra como de obra.  El Catecismo lo deja claro cuando enseña que la Confirmación “nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz” (1303). Por lo tanto, es crucial que entendamos el Sacramento de la Confirmación principalmente como el sacramento de la evangelización, y lejos de ser el sacramento en el que nos “graduamos” de las clases de educación religiosa, la Confirmación nos sella y nos unge con el poder del Espíritu Santo para ser discípulos misioneros de Jesucristo y proclamar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Esta comprensión de la Confirmación es particularmente importante cuando consideramos que son especialmente los laicos los llamados a llevar el Evangelio a los lugares comunes de la sociedad secular.   “A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad” (Vaticano II, Lumen Gentium, 31). Que este Pentecostés sea una ocasión para que apreciemos más profundamente las gracias que recibimos del Sacramento de la Confirmación y renovemos nuestro compromiso con la llamada personal de Jesús a dar testimonio del Evangelio allí donde estemos.

Esta es también mi época favorita del año como obispo, porque tengo la bendición de hacer tantas confirmaciones en toda la diócesis.  Poder ser testigo de tantas vidas llenas del poder del Espíritu Santo es muy humillante y me llena de gran esperanza.   A medida que caminamos juntos en este Año Jubilar de la Esperanza y continuamos la gran obra de la Nueva Evangelización, renovemos con confianza nuestra esperanza en la promesa de Jesús: “Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes” (Juan 14, 15).

(Traducido por Luís Baudry-Simón.)

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