Como obispo de la diócesis que tiene su sede en la Ciudad Olímpica, me sentí profundamente conmocionado y entristecido al presenciar la exhibición blasfema durante la ceremonia de apertura de las Olimpiadas en París. La vergonzosa burla de la Última Cena causó una gran herida en el corazón de Jesús y en el de muchos cristianos de todo el mundo. ¿Cómo respondemos a esto los católicos?